24/10/09



Sobre una de estas rocas, sobre la que parecía próxima a desplomarse en el fondo de las aguas, en cuya superficie se retrataba, temblando, el primogénito Almenar, de rodillas a los pies de su misteriosa amante, procuraba en vano arrancarle el secreto de su existencia.

Ella era hermosa, hermosa y pálida como una estatua de alabastro. Y uno de sus rizos caía sobre sus hombros, deslizándose entre los pliegues del velo como un rayo de sol que atraviesa las nubes, y en el cerco de sus pestañas rubias brillaban sus pupilas como dos esmeraldas sujetas en una joya de oro.

Cuando el joven acabo de hablarle, sus labios se removieron como para pronunciar algunas palabras; pero exhalaron un suspiro, un suspiro débil, doliente, como el de la ligera onda que empuja una brisa al morir entre los juncos.

-No me respondes!- exclamo Fernando al ver burlada su esperanza-. ¿Querrás que de crédito a lo que de ti me han dicho? Oh, no !... Hablame; yo quiero saber si puedo amarte, si eres una mujer...


- O un demonio?... ¿Y si lo fuese?


El joven vacilo un instante, un sudor frió corrió por sus miembros; sus pupilas se dilataron al fijarse con mas intensidad en las de aquella mujer, y fascinado por su brillo fosfórico, demente casi, exclamo en un arrebato de amor:

-Si lo fueses, te amaría..., te amaría como te amo ahora, como es mi destino amarte, hasta mas allá de esta vida, si hay algo mas de ella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario